Como una plegaria el humo asciende al cielo, revolviéndose en una monstruosa representación de lo que fue y lo que será, el viento del sur vacila al levantar a esta monstruosa serpiente, poco a poco esta rodea un pozo ubicado en la cima del monte, lentamente nubla la visión y torna difícil la respiración. Las entrañas de la serpiente se contornean, un bocado que se niega a ser digerido recorre lentamente el cuerpo hasta llegar a las fauces provocando que brote sangre y un nuevo ser.

El ser avanza lentamente hacia el pozo, al llegar a este se detiene, contempla un inusitado reflejo que finalmente se torna gris, extiende su extremidad derecha y con la yema de los dedos roza la superficie aclarándola, destellos azules pueblan el cubierto rostro del ser, una mirada de desdén tornada en odio, ira con la cual impacta su puño en la superficie, da media vuelta y se aleja, atraviesa la serpiente en línea recta. Al llegar a un montículo lo esquiva para después descender lentamente por la ladera oriental del monte atravesando un denso bosque.

De apoco la luz toma tonos ocres y verdes, mientras el ente demacrado avanza, su respiración se torna lenta, hasta casi confundirse con el sonido del viento… así mantiene el ritmo de sus pasos y de a poco visualiza a su presa.

Se derraman a través de las cascadas cristalizadas las viejas ausencias, las colmadas impaciencias, cuando en tropel avanza el mar, derramándolo todo.

El sonido de los cascos se filtra a través de las hojas nogal que custodian el camino, el cual asciende lentamente y antes de llegar al punto más alto donde describe una curva para después descender del mismo modo, ahí, se distingue la cansada respiración de un hombre que corre tratando de hacerse atajo en medio del denso follaje, intenta evitar el camino, intenta, intenta… intenta mientras asciende el eco del galope que se hace camino entre la maleza, el hombre a pie trata de ascender hacia terrenos más altos, encuentra muros de tierra afianzados con raíces, que los vuelven escarpados.

Escala el costado que aún no ha sido cubierto de vegetación, apoyándose en terrones antes de que su respiración cese en el estruendoso sonido de los cascos. Ahora todo se torna en azulgrisesito...


Una lluvia de perseidas surca los cielos, mientras una barca navega en el viento septentrional, en esta barca un hombre de plata y azabache extravía en el horizonte la mirada, una suave llovizna cubre el remanso del valle, el septentrión arrecia trayendo consigo la mirada del solitario navegante... con un veloz movimiento extiende su extremidad derecha aprisionando la soga y apoyándose en su talón izquierdo jala la soga haciendo virar la embarcación, aún con la soga en mano se sienta mientras flexiona el brazo izquierdo y con la mano le indica a la capucha el camino hacia su cabeza, vuelve su vista al horizonte, observa por un instante el océano en su vasta inmensidad antes de perderse en taciturnos pensamientos...El tiempo apremia...

Bajo la barca, el reflejo de las perseidas se ocultan y transcurre lentamente el tiempo, la luz menguante recorre los mares hasta posarse en la embarcación provocando en esta un ligero fulgor plateado que se posa en el mentón del navegante, lentamente avanza hasta reposarse en su mejilla izquierda antes que se desvanezca en el susurro del viento entrecortado y el murmullo de las olas cuando acarician las formaciones rocosas creadas en la boca de un estrecho, ahí... donde el agua dulce y la salada se funden, ahí... donde abruptamente se torna profundo lecho marino, ahí... cuatro formaciones se yerguen disminuyendo el intempestivo encuentro de las aguas.
El navegante jala de otra cuerda ubicada en el piso y a paso lento a embarcación se eleva, la luna aún posada en esta la torna a la distancia en plata y ella al navegante, a su paso deja una estela de agua que resplandece a la luz de la luna. Con su vista en el horizonte el navegante se une a la luna a la espera del renacimiento de la luz.
De madrugada una espesa niebla le acompaña, paulatinamente arrecia el viento haciendo virar la barca, continuamente el navegante recupera el rumbo halando de la cuerda, conforme avanza, la neblina se torna más densa hasta impedir la visión más allá de la proa.
-¡Por Asper!- dice mientras amarra las cuerdas, se dirige a la proa «ojalá el vaho de Atión desaparezca» piensa mientras se estremece, disminuye la velocidad de la embarcación, de su bolsillo saca una piedra de cantos irregulares, la ante pone a la luz del sol. Un destello le indica la ubicación del norte, aguza la vista y logra ver destellos menos intensos con los que ubica el resto de los puntos cardinales, aún sin poder toma un puñado de polvo de su bolsillo, extiende su brazo, abre su palma y el leve roce el viento lo dispersa

-¡Asper!-dice mientras desanuda las amaras y retomar el control del timón, las jala con su mano derecha al tiempo que apoya la pierna en la cubierta, con la pierna izquierda se apoya en el mástil, con el brazo izquierdo abraza el timón empleando su cuerpo para hacer que vire y se eleve a mayor velocidad. El brusco movimiento hace que se ladee, contempla el velo, la humedad termina por condensarse en la obscura cabellera, al frente todo se torna oscuro, a paso ecuánime la barca se eleva, obligándolo a incrementar el ángulo, se sacude con ímpetu, los sonidos se entrecruzan, el timón se rompe y el mástil termina por fracturarse, el navegante termina por perder la conciencia.
Si el velo se disipara, lentamente permitiría ver las laderas rocosas del extremo Oriental del Atión, entre tonos verdes, marrones y azules las cuales son parte de la barrera natural que protege la ciudadela Io. A las faldas se encuentra una playa de granito pulido que conforma la base de la barrera natural de Io, ahí la concentración de aire salado y calor dificulta la respiración. El calor despierta al navegante, reacciona bruscamente, el crujido de la madera lo detiene, ve a sus costados, mira al cielo entrecerrando los ojos para percibir mejor.

-Maldición... –mientras recarga su cabeza en los fragmentos del mástil al instante que cierra los ojos, estira la mano ase un guaje, bebe de este, lentamente toma un fardo y de a poco se arrastra hacia la proa, mira por el borde, encuentra una roca para colocar el fardo, se sujeta con fuerza de la ladera para descender de la barca, toma dos escudos ubicados en la proa, uno a cada lado, se quita la capa, sobre su espalda coloca una espada, sobre ella acomoda ambos escudos, se pone la capa y el fardo, lentamente avanza de cara a la pared, el calor y la humedad inhiben sus reflejos. El andar de cara a la ladera hace que de a poco la piel se le impregne de desesperación, así se hidratan los miedos, el aire se coagula, en la humedad el camino de piedra parece desvanecerse...

Comentarios

mia dijo…
Qué belleza!

qué riqueza

qué abundancia

de imágenes!

Me dejas perpleja,

niño de menta!


♥♥♥besos♥♥♥
Mariana dijo…
es este otro fragmento de Navegante?? me parece que es el mismo que has publicado mas recientemente, pero como que tiene mas contenido... creo que los tendre que volver a leer ;)

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